Recuerdo, hace años, que el hermano de una novia que tuve se carteaba con Cortázar. Y recuerdo haber visto alguna vez una de aquellas cartas que llegaban de París, por avión, en un sobre cuyo borde estaba pespunteado de azul y blanco.
Hubo un tiempo en que todos queríamos ser Cortázar. Aquel Cortazar legendario, fabulado -pelo indómito, ojos acuosos- que vivía en el París de la luz y el destello, y que hablaba con erres guturales.
No sé por qué pero nunca le escribí, no coincidimos en la presentación de alguno de sus libros, ni asistí a ninguna de sus conferencias en España.
Tampoco me acerqué nunca, como tantos jóvenes escritores de entonces, a su casa, en París, en la rue Martel.
Un edificio, de corte un tanto industrial donde vivía, en un cuarto piso sin ascensor, con su gata Franelle, y donde hay una placa hoy que lo recuerda.
El año pasado publiqué Cortázar y los libros, un recorrido por la bibloioteca personal del escritor que Aurora Bernárdez, su viuda, donó a la Fundación Juan March, en Madrid.
Algo más de cuatro mil libros, muchos de ellos dedicados por sus amigos escritores, otros con anotaciones, comentarios, subrayados, dibujos o papeles; recortes de periódico, entradas de museos…
Me encantó descubrir ese mundo lector de Cortázar, sus notas en los márgenes, su firma en la primera página de muchos de sus libros.
Hace un par de días, mi amigo el traductor Francisco Uriz, me mandó dos cartas de Cortázar. Una del año 67 dirigida a él y a su mujer, Marina, donde se sorprende, y agradece, la existencia de un club de cronopios, en Estocolmo.
Y la otra, a la izquierda (se agranda pulsando sobre ella) donde narra las venturas, y desventuras, de un paquete llegado a la oficina de correos a su nombre, con un cronopio dentro.
Me aclaró Paco Uriz el misterio de ese cronopio que iba en el paquete, y me envió esta foto de Gonzalo Torrente con el suyo. Entiendo que resultara tan sospechoso.
Ha sido una sorpresa inesperada, al cabo de los años, recibir por fin carta de Cortázar. La caricatura, abajo, es de mi amigo Damián Flores.
Interesante y entrenido relato Jesús, hay de casualidades a casualidades, mire que al pasar del tiempo reciba ud. semejante sorpresa, saludos,
Myrna Chavarria
Gracias Mirna, un saludo.
Jesús, añoro las cartas que me dejaba el cartero en la pequeña tienda de ultramarinos.
Es una suerte que estas de Cortázar no se hayan perdido en el tiempo y hayan llegado a ti para que las puedas compartir con nosotros.
Es una buena costumbre que se ha perdido.
abrazos
Es cierto, sí, Loli. La añoranza de las cartas… Bonito título.
Abrazo.
A Cortázar le encantaban las casualidades, creo que nos quedo bastante claro en Rayuela, y es después de leer ese magnifico libro que yo empecé a fijarme en las que me ocurrían a mi (muchas relacionadas con la obra del enormísimo cronopio). Nunca comento en los blogs, pero ha sido casi obligatorio comentar en el suyo, puesto que estaba en mi twitter y no se como ni porque llegue al suyo, y ahí lo vi, su segundo tweet hablando sobre Cortázar. Puede que parezca un poco idiota pero a mi este tipo de sucesos me alegran el día. Ahora ya tiene una seguidora más.
Buenas Salenas!
Graciela, ¿cómo estás? Estoy de acuerdo contigo; el mundo de Cortázar es el mundo de la casualidad, de los azares. Yo, desde que lo leí, he dejado también de sorprenderme.
Abrazo. Gracias.